Los orígenes del carnaval
Más allá del desaforo
Para los discretos conocedores, el carnaval se festeja en todas las latitudes. El carnaval peruano, además de color, agua y muchas danzas, representa la unión de la tradición europea y pre-hispánica. En los Andes, oficialmente, las fiestas de carnaval son una mezcla entre el cristianismo y agradecimiento a la diosa tierra “Pachamama” por la producción agrícola. No obstante:
Los orígenes del carnaval se remontan a las fiestas romanas, donde existía la costumbre de los “carrus navalis”, éstos eran barcos con ruedas que salían a las calles, en ellos se subían varones y mujeres con máscaras, quienes se divertían realizando sátiras de sus autoridades. Más tarde, a través del cristianismo, los carnavales debían coincidir con el comienzo de la cuaresma. Por la misma razón la palabra “carna vale”, otro ancestro etimológico de la palabra carnaval significa “adiós la carne”, en alusión a la prohibición de comer carne durante cuarenta días. Para Mijaíl Bajtín, estudioso de las formas linguísticas durante el carnaval medieval: “los festejos de carnaval permitían la abolición provisoria y barreras jerárquicas entre las personas y la eliminación de ciertos tabúes y reglas vigentes en la vida cotidiana”, de esta manera en las plazas públicas de todos los carnavales europeos, la comunicación verbal cambiaba: se tuteaban, se palmoteaban en la espalda, utilizaba sobrenombres y diminutivos, incluso se tocaban afectuosamente la panza. También solían burlarse mutuamente, proferir groserías y expresiones inconvenientes, imposible de imaginar en la vida cotidiana medieval.
Para Mijaíl Bajtín los festejos del carnaval, con todos los ritos y actos cómicos que contienen ocupaban un lugar muy importante en la vida del hombre medieval. En el Perú contemporáneo la cultura popular, poco estudiada, permanece siendo una relación entre el mundo urbano y rural. Nuestros carnavales latinoamericanos, sin lugar a dudas, mantiene la poderosa influencia cristiana que ha colocado nombres a las festividades pre-existentes, fruto de ello, nacen fiestas como la Virgen Candelaria y también el elemento del viejo Perú. En el viejo Perú, el habitante peruano – agrícola desde que llegó a estas tierras-, entre febrero y abril danzaba y cantaba, agradeciendo a la tierra por las cosechas, hoy sobreviven: las danzas de las wifalas, caperos, pinkilladas, o las populares tarkeaditas en el campo.
De un tiempo a esta parte, durante los carnavales la herencia está por las calles, en las ciudades observamos las danzas con máscaras: los diablos, morenos, pepinos. Si bien no nos mofamos de los políticos o autoridades como en la antigua Roma, al menos los olvidamos por un tiempo. En el campo hay cortamontes y yunsas, las personas agradecen las lluvias para la cosecha. El carnaval no está exento del componente romántico, se dice que siempre hay alguien por conocer, encontrar o rencontrar. Es muy importante conocer y salir a los espacios públicos para tener ese contacto real, propio de la cultura popular. Y sí, se respira un poco de libertad, la diferenciación y nuestras jerarquías, que tanto nos gusta a los peruanos, desaparece momentáneamente. Desde los veinte y muchos grados de la costa, pasando por las lluvias de los Andes hasta la lluvia con sol de la selva, los carnavales son el rostro de nuestra cultura popular.